Navego los confines mudos
de un tiempo que desconocía,
besando jardines ocultos
en los bordes de tu sonrisa.
El vasto mundo a tus pies
con el sólo atisbo de tu mirada,
que convierta en fuego la piel
y llene de pájaros el alma.
Abandono, entonces, todo suelo firme
y ensayo el beso único
[que por fin conquiste]
el futuro incierto de tu vientre.
Tres retazos de mis sueños
en el ávido juego de tus manos,
húmedo este tiempo cuerpo a cuerpo
y en cada caricia un pacto sagrado:
nada ya detrás;
sólo el ahora pleno,
con la fuerza de mil soles bañado.